"Un camino de salud, Una forma de terapia, Un medio de evolución."
por Xavier Sánchez de Muniain
La Regulación Energética es una terapia dirigida al equilibrio de la energía vital.
La relación de esta energía con la salud no es ningún misterio. Todos recurrimos a su acción sanadora cuando recibimos un golpe en el cuerpo.
La acción instintiva de llevar las manos a la zona dañada no tiene otro sentido que el de conseguir la dispersión de la energía acumulada en ese punto como consecuencia del golpe. De esa manera, de forma inconsciente, la energía se equilibra, reduciéndose el dolor y facilitándose la recuperación.
En la fotografía, la energía vital, o ki, fluyendo de mano a mano y provocando el movimiento de estas en el espacio.
Hay que entender que el cuerpo humano es similar a una cadena, formada por multitud de eslabones, unos fuertes y otros más débiles.
Cuando las circunstancias de la vida someten esta cadena a tensión –cansancio, ansiedad, etc.– el fallo se produce por los eslabones más débiles. Es por tanto a estos a los que hay que atender. La forma de hacerlo es repartiendo la fuerza corporal –la energía– de manera equilibrada en todo el cuerpo.
Mientras que el desequilibrio corporal actúa acumulando la energía, por exceso, en los puntos fuertes y vaciando de ella los débiles, la Regulación Energética actúa en sentido inverso, llevando el exceso de energía desde las zonas fuertes a las zonas más débiles. De esa manera el cuerpo se equilibra, los puntos débiles se protegen y la cadena se hace mucho más resistente.
Para una información más detallada, consultar la relación de temas que figuran en el margen izquierdo o descargar (gratuitamente) el contenido del libro "La Regulación Energética". Para esto último, basta pulsar en el icono LIBRO situado también en el margen izquierdo.
Hay una gran Energía Universal, a la que podríamos referirnos nombrándola con mayúsculas, una Energía que todo lo abarca y contiene, de la cual todos los seres formamos parte. Esto equivale a decir que el Cosmos, el Universo, y todo lo creado, tanto lo material como lo espiritual, son parte de esa Energía, manifestaciones suyas.
Pero también es cierto que esta gran Energía primaria se manifiesta a través de muchas otras formas concretas de energía, de la misma manera que el tronco del árbol, único, se descompone en multitud de ramas individualizadas.
Cuando los científicos hablan de "energía" se refieren a las fuerzas potenciales que, inteligentemente utilizadas, pueden convertirse en productoras de trabajo. Son las energías materiales, como la electricidad, el vapor, el magnetismo, la energía atómica, los diferentes tipos de energías naturales –eólica, solar, etc.– o las encerradas en sustancias tales como, los explosivos o el petróleo. Todas esas formas de energía tienen en común que ni son biológicas ni son inteligentes. Podríamos decir de ellas que son "energías brutas", y que sus efectos dependen del uso que de ellas se haga.
Sin embargo, hay una energía, biológica e inteligente, que se dirige a la conservación de la vida, y a la cual llamamos energía vital.
Está presente en todos los seres vivos pertenecientes tanto al mundo vegetal como animal. Y lo está, cumpliendo una doble función fundamental, en el hombre.
Por una parte, su cometido es el de preservar la vida y conservar la salud. Por eso se da una relación directa entre el estado de la energía vital de la persona y su nivel de salud.
La energía está en todo el cuerpo, y su característica es la dinamicidad, fluyendo activamente en todas direcciones. Pero basta que este fluir de la energía se reduzca o entorpezca en alguna área corporal para que, inmediatamente, comiencen a producirse problemas en ese punto. Un golpe, por ejemplo, produce un estancamiento de la energía en la zona golpeada, y la recuperación de la zona dañada solo se realiza en la medida en que esa energía estancada comienza de nuevo a fluir con normalidad.
De la misma manera, toda enfermedad o disfunción corporal lleva implícito un desequilibrio energético que, en sus etapas iniciales, se produce siempre como energía estancada en exceso. Por su parte, la curación implica siempre una vuelta al equilibrio energético, de modo que hasta que este no se consigue la curación no se produce.
Un organismo bien constituido necesita un mínimo de energía para su correcto funcionamiento, de tal manera que, cuando este mínimo no se alcanza, el organismo comienza a fallar por falta de fuerza.
Así ocurre en la vejez, edad en la el organismo falla por falta de energía.
Pero, durante la vida, a cualquier edad, se puede producir también un fallo por falta de energía si la que se tiene se encuentra en gran parte bloqueada. En esa situación el cuerpo carece de fuerza para recuperar los problemas que se originan continuamente.
De ahí la importancia de actuar sobre el estado de la energía para mantenerla en un estado de permanente equilibrio, dentro de nuestras posibilidades.
Cuando un cuerpo tiene su energía equilibrada, casi todos los problemas de salud se recuperan por sí solos, sin tener que recurrir a remedios externos tales como los medicamentos.
Este estado de equilibrio del ser humano, como base para la salud, fue enfatizado ya en los escritos hipocráticos, en los cuales se reconoce el valor de las fuerzas curativas intrínsecas de los organismos vivos, fuerzas a las que denominó como "el poder curativo de la naturaleza".
El otro gran cometido de la energía vital es el de servir de enlace entre componentes tan diversos del ser vivo como son su cuerpo físico y su alma.
Esta función de la energía vital, como enlace entre cuerpo y alma, es de extraordinaria importancia y, que yo sepa, nunca hasta ahora ha sido explicada por nadie. Una intuición de ello la tuvo ya Hipócrates (400 a. C, isla de Cos) al insistir en la relación entre alma, cuerpo y ambiente, de cara a lograr el equilibrio que se precisa para el mantenimiento de la salud.
Desgraciadamente, la medicina occidental no ha sabido entender estos puntos de vista y se ha desarrollado en una dirección totalmente opuesta a la mantenida por los principios hipocráticos. (Para más detalles dirigirse al cap.II del libro.)
El conocimiento de esta energía corporal fue patrimonio de Oriente desde hace muchos siglos. En la India se llamó "prana", y su práctica se desarrolló a través de los diferentes yogas. En la China se llamó "ch'i", (palabra que designa al gas o éter) y su conocimiento, derivado de tradiciones chamánicas, se aplicó a formas de evolución espiritual, desarrolladas tanto en el Taoismo como en el Confucianismo.
Precisamente es sobre esta energía sobre la que actúa la acupuntura a través de algunos de sus recorridos corporales más importantes, llamados "meridianos de energía".
Durante el periodo Han (206 a.C- 220 d.C) la medicina china se estructuró como conjunto de ideas que se plasmaron por escrito en los textos médicos clásicos.
Dentro de estas teorías, un concepto clave es el de equilibrio. Los clásicos chinos afirman que la enfermedad se manifiesta cuando el cuerpo pierde el equilibrio y el ch'i no circula correctamente, lo cual es totalmente exacto.
Pero lo difícil es pasar de la teoría a la práctica, y es este paso tan importante el que enseña a realizar la R.E.
En Japón, el conocimiento de la energía, que se llamó "ki", fue recibido de la China y desarrollado a partir de los periodos Nara, en el siglo VIII de nuestra Era y siguientes.
(En la figura de la derecha, caligrafía de Shinmei Kishi con el ideograma representativo del ki).
Especial importancia tuvo, en este aspecto, el pensamiento budista de la India, introducido en Japón también a través de China, y desarrollado bajo la forma de budismo Zen De esa manera se desarrolló toda una tradición basada en el conocimiento del ser humano como ser de energía. Las aplicaciones de esta tradición llegaron a todos los campos de la cultura: las artes, la guerra, la medicina, la filosofía y la meditación. Similarmente a como ocurrió en China, se desarrollaron en Japón formas de terapias energéticas propias, como el "shiatsu", o digitopuntura, basadas en el conocimiento de los meridianos de energía.
Sin embargo, la energía vital está en todo el cuerpo, no solo en los llamados meridianos, razón por la cual las terapias energéticas más eficaces, como puede ser la REGULACION ENERGETICA, actúan indistintamente sobre cualquier parte del cuerpo. Cualquier punto del cuerpo es punto de contacto con la energía vital.
En Oriente, con una forma de pensar muy diferente a la occidental, el concepto de "prana" ,"ch'i", o "ki" abarca un campo muy amplio que engloba todo lo que es concebido como energía.
Esa ambigüedad del término no es para ellos obstáculo alguno porque su mente, no cartesiana, está habituada a convivir sin problemas con lo ambiguo y misterioso.
De hecho, Oriente ha estado mucho más interesado en las aplicaciones prácticas del ki que en la profundización de su conocimiento teórico.
Pero hoy día es ya el momento de que el hombre del III Milenio se atreva a acometer la tarea de aunar la práctica con el conocimiento. Ya no basta con limitarse a repetir lo dicho por otros en siglos pasados, como si se tratara de un dogma cerrado incuestionable. Al revés, todo debe revisarse continuamente y ponerse al día, especialmente en materia tan delicada, partiendo de la superior capacidad de comprensión del hombre actual, mucho más evolucionado que el de siglos anteriores.
Muchos conocimientos heredados desde las tradiciones antiguas de oriente siguen siendo válidos. Pero otros deben de ser corregidos o actualizados, porque el tiempo que le va quedando al hombre para llegar a la máxima comprensión de sí mismo está siendo dramáticamente reducido.
Y un punto clave para avanzar en el conocimiento del ser humano es, precisamente, el de la energía vital.
En la segunda mitad del siglo XX, este conocimiento de la energía vital ha llegado también a Occidente. No solo a través del conocimiento de las filosofías orientales, sino también a través del conocimiento de su medicina, especialmente la acupuntura.
La aportación de Occidente a este campo no ha sido grande, pero sí ha sido significativa la realizada por Reich a través de la Bioenergética, basada en la energía vital a la que denominó "orgon".
Por otra parte, la física enseña que hasta la materia es energía; y la energía atómica no es otra cosa que la liberación de la energía encerrada en la materia. Pues si hasta la materia es energía, ¿cómo no va a serlo el ser humano en mucho mayor grado?
La medicina oficial considera solo a la energía corporal sintetizada como ATP (trifosfato de adenosina), pero esta es solo una forma transmutada de la energía contenida en los alimentos. El hombre todo es una gran pila energética en contacto con un entorno natural que es pura energía (o que lo era hasta que el hombre, insensible a la energía ambiental, se ha dedicado a empobrecerlo y a polucionarlo). Este microcosmos energético que es el hombre está en continua interacción con el macrocosmos energético del Universo, especialmente a través de la respiración. De ahí la gran importancia concedida a la respiración en todos los caminos orientales de purificación y evolución: yogas, shintoismo, taoismo, zen, etc. Bien entendido que al hablar de respiración me estoy refiriendo al intercambio energético asociado a la respiración pulmonar, el cual se realiza a través de la totalidad del cuerpo, y no solo en los pulmones.
La medicina oficial de nuestra Seguridad Social se ocupa de la salud de forma indirecta, luchando contra la enfermedad. Pero hay otra forma de terapia, en muchos sentidos mucho más avanzada, que se ocupa de la salud directamente, a través del equilibrio de la energía vital. Porque, finalmente, el estado de salud del cuerpo es la consecuencia del estado de su energía.
El aire, si está limpio, se presenta cargado de energía –el prana de los hindúes–. Un aire empobrecido, polucionado, es un aire desprovisto de gran parte de su energía. Igual ocurre con el agua. No posee la misma energía el agua que corre por los arroyos de la montaña, o el agua que cae saltando en las cascadas, que el agua estancada de un pantano o de un depósito. La carne de un animal muerto carece de energía vital, la cual desaparece en el momento de la muerte. Pero no ocurre así en el caso de los vegetales. Una fruta recién cortada mantiene la plenitud de su energía vital durante un tiempo, y solo la va perdiendo lentamente. Por eso, cuando la consumimos, ingerimos su energía viva, la cual nada tiene que ver con el poder calórico del alimento.
La energía vital puede ser sentida por toda persona un poco entrenada y que tenga un organismo limpio y sensible.
Esta percepción se puede realizar con todo el cuerpo pero, de modo especial, con las manos.
Desgraciadamente, muchas personas ni siquiera son capaces de sentir su cuerpo físico, o solo son conscientes de él cuando les duele, lo que equivale a decir que solo son sensibles al dolor.
Otros confunden las percepciones energéticas con sensaciones nerviosas o musculares
Mi esperanza es que en el III Milenio el ser humano se adentre, con todas las consecuencias, en el campo de la energía vital, el cual es la puerta, entre otras cosas, para adentrarse en el conocimiento de sí mismo y en el camino de su evolución espiritual. Por eso digo, en la página inicial, que la Regulación Energética es una forma de terapia, pero también un camino de salud y un medio de evolución.
Para tratar la enfermedad basta con conocer el poder del medicamento, pero para cuidar la salud –de una forma integral– hay que conocer al hombre, y para ello es imprescindible conocer a fondo lo que somos, la energía que somos, nuestra energía vital. Por otra parte, si no somos capaces de sentirnos como energía vital, ¿qué posibilidades podremos tener de sentirnos como alma?. El alma también es una realidad energética, no algo confuso enmarcado dentro del ámbito ambiguo de las creencias religiosas.
Personalmente no estoy interesado en las religiones, alimento solo para personas inmaduras, pero sí me interesa, y mucho, la realidad, la realidad TOTAL que somos, la cual incluye todo lo que es, tanto lo que vemos como lo que no vemos. Por eso el conocimiento de la energía contiene muchas facetas. Una es la de la salud corporal, la más inmediata y práctica. Dado que esta energía es la responsable del cuidado de esta máquina que es el cuerpo humano, el mantenerla en las mejores condiciones de funcionamiento es de suma importancia. A esto llamamos equilibrar la energía, y es el objetivo al que se dirige la práctica de la Regulación Energética.
Otra faceta es la de permitir que nos adentremos en la comprensión de lo que somos lo que requiere el conocimiento de algunas claves básicas, como las que se aportan en la Primera Parte del libro.
Para ampliar este tema de la energía vital, dirigirse a los capítulos I.5, I.6, I.7 y III.1 del libro.
La Regulación Energética se ocupa del equilibrio de la energía vital. Luego, esta energía vital equilibrada actúa inteligentemente restaurando la salud perdida y perfeccionando el funcionamiento corporal.
De hecho, en cada persona está la capacidad para restaurar su salud, la cual se ve continuamente alterada por nuestra forma defectuosa de vida o por las circunstancias exteriores. En este aspecto muy poco es lo que la persona, conscientemente, hace por sí mismo. Si la salud se está restaurando continuamente es debido a que existe una fuerza interior sanadora e inteligente que actúa en todo momento. Esta fuerza sanadora no es otra que la producida por la energía vital.
¿Por qué, entonces, es necesario recurrir a la Regulación Energética?
Muy sencillo, porque el estado de nuestra energía está sujeto a continuas fluctuaciones y desequilibrios, de tal modo que su capacidad de restauración de la salud se ve muchas veces prácticamente anulada.
De la misma manera que el motor de un coche, bien puesto a punto, es capaz de rendir al máximo de sus posibilidades, una energía vital bien equilibrada es capaz de producir una máxima recuperación ante las agresiones a que está expuesto el organismo. Por el contrario, incluso un organismo fuerte es capaz de sucumbir ante el menor contagio si su energía está bloqueada, porque una energía bloqueada es una energía paralizada, incapaz de reaccionar adecuadamente.
Lo que caracteriza a la energía vital es la dinamicidad. Un máximo de dinamicidad significa un máximo de capacidad de respuesta, un máximo de capacidad de adaptación, un máximo de salud. Es una energía que puede contraer y dilatar al máximo, como un muelle en perfectas condiciones, y que por lo tanto se adapta a cualquier circunstancia.
Una energía equilibrada es una energía dinámica y elástica, que permite al individuo pasar fácilmente de los estados de tensión a los de relajamiento.
Sin embargo, una energía parcialmente bloqueada es similar a un muelle atascado, que ni es capaz de contraer ni de dilatar. Es una energía que produce un cuerpo sin elasticidad, sin apenas capacidad de respuesta, incapaz de recuperarse y de reaccionar. En esos casos la persona ni sabe concentrarse ni sabe relajarse.
Porque la salud, recordémoslo, consiste básicamente en la capacidad del ser humano para adaptarse a las circunstancias, para reaccionar ante lo nuevo y diferente. Un organismo que se adapta –que tiene la fuerza y la elasticidad necesarias para adaptarse– es un cuerpo que puede fácilmente vivir en salud. Contrariamente, una persona con la energía bloqueada es una persona incapaz de adaptación.
Más aún, una energía bloqueada significa, en la práctica, una pérdida de potencial energético para la persona Cualquier cambio en el clima, en la alimentación, en las relaciones sociales o familiares o en el trabajo realizado será causa de su derrumbe físico y psíquico.
Porque la salud todo lo engloba, lo físico, lo emocional y lo mental, y en ese sentido la energía vital actúa indistintamente en cualquiera de esos campos, de forma unitaria y, a la vez, global y coordinada.
La Regulación Energética bien practicada va devolviendo la dinamicidad a la energía, con lo que la persona gana en vitalidad, en capacidad de superación de sus propios problemas, en armonía y en salud. Y gana también en energía real, en la medida en que puede disponer ahora de una energía antes inutilizada. Y para lograrlo no hay que poseer grandes conocimientos, porque no es la mente de quién practica la que decide el cómo hacer, sino que es la energía vital del individuo con el que se practica la que decide, de forma inteligente, como realizar el trabajo.
En efecto, es la energía del otro la que mueve las manos de la persona que actúa, y la que las lleva a los sitios en los que el contacto es necesario. Por ello lo más primordial y básico es sentir la energía con claridad y actuar luego sin pensar, sin tomar decisiones, dejando que la energía nos lleve y guíe.
No se trata de dar energía al otro. Esto no sería lícito ni correcto. Cada persona tiene su propia energía –unos más y otros menos– y cada uno es responsable de sacar el mejor partido a lo que tiene. Lo que se hace es ayudar para que esa energía que tiene la otra persona rinda al máximo de su capacidad. Ayudar para devolver a esa energía su máximo potencial vital.
La Regulación Energética es una ayuda importante, muchas veces decisiva, pero que nunca suplanta a la persona, ni mucho menos crea dependencia alguna en esta.
Pedir una ayuda es perfectamente lícito, pero luego es uno el que debe aprender a vivir por sus medios, con el máximo de autosuficiencia.
Lo que no es lícito es descuidar constantemente la propia vida y luego recurrir al trabajo de los demás para que corrijan lo que nosotros continuamente estamos estropeando.
En el trabajo de regulación energética, la regla básica es contactar con la energía vital y dejarse guiar por ella. Porque ella sabe adonde ir en cada momento y cuales son las prioridades de cada persona. Por eso cada tratamiento de R.E. es diferente. Nunca hay dos iguales. Al final del trabajo, cuando se finaliza el tratamiento, el estado de la energía es totalmente diferente al que tenía al comienzo.
¿Ya estoy curado?, dicen algunas personas. No, no estás curado, pero ahora tú energía sí está mucho más capacitada para realizar su trabajo de recuperación de la salud. La energía está ahora en un estado diferente, aunque la persona no lo sienta. Y es esa energía en equilibrio, la que comienza a actuar de inmediato para restaurar la salud.
A veces, incluso, las reacciones de la energía equilibrada son sorprendentes por su intensidad. Son normales síntomas de un extremo cansancio, a las pocas horas, o sensación del cuerpo dolorido aunque apenas se le tocó. Son señales, siempre beneficiosas, de la reacción corporal.
Sin embargo no se trata de milagros. Un estado corporal de años de desequilibrio no se cambia con una sola sesión, sino a través de muchas de ellas. Todo depende de la fuerza del propio cuerpo, porque es la propia persona la que produce, con su energía, su recuperación. Pedimos milagros a otros, a quienes nos ayudan, pero en este caso los milagros habría que pedírselos a nuestra propia energía. ¿Tenemos una energía capaz de producir el milagro de nuestra curación instantánea?. Seguro que no. Pero, incluso si la tuviéramos, producir una curación a través de un solo acto terapéutico supondría una reacción corporal tan fuerte e intensa que nadie querría padecerla.
Dejemos al cuerpo. Es inteligente y sabe lo que nos conviene. En cualquier caso actúa siempre en función de sus propias fuerzas y del desequilibrio a superar. Finalmente, todo es el resultado de una correlación de fuerzas actuantes y opuestas: la fuerza curativa de nuestra energía y el lastre del desequilibrio a superar.
Este tema de la Regulación Energética puede ser ampliado consultando los capítulos V.1, V.2 y V.3 del libro.
La R.E. actúa desde la energía vital. Esto quiere decir que actúa en cualquier campo de la salud, pues la energía se encarga tanto del equilibrio global del cuerpo como de la recuperación de sus desequilibrios concretos.
Mientras que las diferentes medicinas actúan en casos aislados, y a través de medicamentos específicos para cada situación, la energía vital actúa de manera global en todo el cuerpo produciendo una intensa reacción de respuesta del organismo frente a cualquier desequilibrio.
Esta reacción de respuesta depende solo de la energía disponible por el cuerpo –la cual varía de unas personas a otras, disminuyendo, lógicamente, con la edad– y de su estado de equilibrio.
Imaginemos un árbol compuesto por el tronco y por sus diferentes ramas. Supongamos que se produce un problema en una cualquiera de sus ramas. Las medicinas, tanto unas como otras, precisarían la identificación previa del problema y aplicarían un remedio específico concreto para esa rama en particular.
La R.E., por el contrario, actuaría desde el interior, a través del tronco y de la savia del árbol. Se equilibra la energía y luego es ella la que se encarga de producir las reparaciones necesarias en la salud.
Solo hay necesidad entonces de un diagnóstico, el que se refiere a identificar el desequilibrio energético, el cual nada tiene que ver con las llamadas enfermedades.
Está la salud y están los estados de pérdida, mayor o menor, de esta salud a causa del desequilibrio energético. Pero en términos de energía no tiene sentido hablar de enfermedades, pues su definición previa es solo un convencionalismo destinado a facilitar la aplicación de un remedio externo específico.
Para ampliar este contenido dirigirse al capítulo V.3 del libro.
La T.R.E., se realiza a través del contacto con las manos, ya que las manos son el mejor instrumento para la percepción de la energía vital que posee el ser humano
Ese contacto puede realizarse por medio de la palma de la mano, de las yemas de los dedos o de las puntas de estos, bien sin presión, con presión suave o con presión intensa.
Pero, en cualquier caso, lo que cuenta no es la acción mecánica de las manos sobre el cuerpo, sino la comunicación con la energía vital que a través suyo se realiza. Esas mismas formas de contacto, sin percepción energética, no producirían el menor resultado.
Puede establecerse ese contacto directamente sobre la piel del cuerpo o, mejor, a través de un tejido suave de algodón. Las fibras acrílicas y el cuero dificultan mucho el trabajo con la energía. Por la misma razón, cuando se usan como ropa diaria, dificultan también la respiración energética del cuerpo.
O sea, que las manos son nuestro instrumento de trabajo, y por ello deben de ser unas manos especiales. No son iguales las manos del boxeador, que las del agricultor, las del artista o las del practicante de R.E.
En nuestro caso se trata de unas manos que sean capaces de sentir con claridad la energía vital. Pero como las manos forman parte indisociable del cuerpo, esto quiere decir también que toda la persona que practica la R.E debe de ser sensible a la energía.
Como en todo, es imprescindible que se den unas condiciones innatas, igual que ocurre cuando se trata de practicar la música, la danza, el dibujo, o las matemáticas. Y también que, además, se desarrollen luego estas condiciones a través de una práctica adecuada. Por lo demás, no se requieren unas condiciones más especiales que las precisadas para practicar cualquier otro arte. Cualquier persona es capaz de sentir la energía en una u otra forma. Pero si lo que se desea es trabajar con ella esa percepción debe de ser máxima.
La regla de oro en el trabajo con la energía es la de no actuar. Me explico: no ser nosotros los que movamos las manos de un sitio a otro. Es la energía de la persona sobre la que trabajamos la que las mueve y la que decide en cada momento en que punto del cuerpo debemos actuar. Es la energía la que actúa, limitándonos nosotros a abrirle camino a través del cuerpo.
En la R.E. no se transmite energía. Cada uno tiene la suya y debe administrarla de la mejor manera posible. Lo que se hace es regular esa energía. Básicamente, esa regulación consiste en dispersar la energía acumulada en exceso en algunas zonas y en acumularla en aquellas otras vacías en las que falta. Pero no de cualquier manera sino de forma que, al final, se dé un estado de centramiento energético intenso, es decir, un estado de equilibrio global en toda la persona.
Para conseguirlo, el trabajo suele iniciarse normalmente trabajando en las zonas más cargadas –hombros, cuello, nuca, trapecios, cabeza– para ir descendiendo luego a las zonas más debilitadas del vientre y de las piernas.
Finalmente, el trabajo termina cuando la energía se sitúa equilibradamente sobre el centro del vientre, que es el centro energético de la persona.
Este centro –el "tanden"– se sitúa a tres dedos por debajo del ombligo, y su fuerza mide el nivel de centramiento de la persona
Muchas son las personas que, por sentir la energía, dicen trabajar con ella. Pero una cosa es sentirla y otra, muy diferente, ser capaces de llegar a equilibrarla, dotando a la persona desequilibrada de un buen centramiento. Porque solo la energía de la persona centrada es capaz de actuar llevando el cuerpo a su mejor equilibrio y restaurando la salud.
Para realizar un buen trabajo de regulación energética lo primero es sentir con claridad la energía. Luego, todo el secreto está en tocar en los puntos precisos, en el orden adecuado, en el momento justo, y de la manera conveniente. Para tocar con eficacia en un punto, y corregir su energía, primero tiene que ir la energía a ese punto. Por eso, todo el tratamiento de R.E. consiste en un proceso exacto consistente en ir adaptándose lo más posible a las necesidades energéticas de ese cuerpo. Cuanto más nos adaptemos a ellas, más eficaz será el trabajo realizado. Cuando la energía va a un punto, dentro del proceso del tratamiento, y nos lleva las manos a ese punto, la acción de equilibrio de la energía sobre dicho punto puede ser muy rápida. Pero si, sin sentir la energía, intentamos actuar según nuestro criterio, el resultado será nulo o incluso negativo.
Para ampliar este tema consultar el capítulo V.2 y, en general, toda la segunda parte del libro
La R.E., a diferencia de todas las medicinas, oficiales o alternativas, se dirige a todas las personas, sanas o enfermas.
A todas las personas puede ayudar, produciéndoles importantes beneficios.
Esto es así porque no existe la persona totalmente sana que no pueda ver mejorado su equilibrio energético. Incluso la persona de mejor salud almacena cansancio y tensiones que disminuyen su rendimiento, aunque el exceso de su energía pueda superarlo y, aparentemente, se encuentre en perfectas condiciones.
Por otra parte, a otro nivel diferente, la R.E.es el mejor medio para ayudar a la persona a evolucionar interiormente.
Los conceptos de salud y enfermedad son puros convencionalismos. ¿Dónde comienza la enfermedad?. Mucho antes de que la persona se sienta enferma, su energía ha comenzado ya a presentar serios desequilibrios, a veces durante años. Por lo tanto, no es la sensación lo que determina el estado de salud o de enfermedad.
Personas con graves problemas, como cáncer, se encuentran bien antes de que este haya sido clínicamente detectado. Y personas con mínimos problemas pueden sentirse, en cambio, muy afectadas.
¿Cuándo comienza la enfermedad?. Los desequilibrios de la persona se van acumulando hasta que llega un momento en que pueden ser detectados clínicamente o comienzan a producir molestias. Pero esa detección, clínica o perceptiva, se produce en un momento ya muy avanzado del deterioro de la salud.
Oficialmente, la enfermedad se relaciona con la baja laboral, pero muchas personas aparentemente sanas están en un pésimo estado de salud.
Por todo ello es mucho mejor sustituir el término enfermedad por el de desequilibrio energético.
La enfermedad como tal se iniciaría, entonces, en un determinado punto de este proceso de desequilibrio, reconocible a partir de percepciones de dolor, de disfunciones orgánicas, o de diagnósticos clínicos.
Pero lo importante, para entender todo el proceso de pérdida de salud, es comprender la forma en que se va creando el desequilibrio energético y desarrollándose en el tiempo.
Corrigiendo este desequilibrio energético estaremos restaurando la salud, lo cual es un concepto mucho más amplio y profundo que el de la simple curación de la enfermedad.
Claro que se trata de curar la enfermedad, pero también se trata de recuperar nuestro mejor equilibrio energético, ese equilibrio que nos permite disponer del máximo de nuestra capacidad vital y de reacción ante los problemas, ya sean estos físicos, mentales o emocionales.
La R.E. cura porque restablece la salud, ya que donde hay salud no existe la enfermedad. Y, por lo que hace a la salud, hay que saber que esta puede ser siempre incrementada. De hecho, rara vez en la vida vivimos al máximo de nuestras posibilidades. ¿Por qué, entonces, no intentar vivir en ese máximo, disponiendo de todo nuestro potencial de salud?
Esta es otra diferencia respecto a la medicina, la cual no puede ser aplicada sobre los individuos sanos. Pero la R.E. siempre puede elevar los niveles de salud de las personas, sea cual sea su condición. De ahí que pueda ser aplicada, con ventaja, sobre cualquier persona, "sana" o "enferma", joven o vieja. Se puede practicar a bebés o incluso a fetos en el vientre de la madre, a madres gestantes, a niños, a adolescentes, a personas adultas o a ancianos.
Lógicamente, como la R.E. actúa a través de la energía vital de la persona, los efectos son más rápidos e importantes en las personas con una energía vital fuerte. En este sentido, las reacciones curativas del organismo serán siempre mucho más intensas en un niño que en un anciano, en una persona energéticamente fuerte que en una débil. Pero en todas ellas produce una reacción de salud, a todos beneficia, impulsando su energía a su mejor nivel de equilibrio.
Especiales beneficios puede aportar a dos grupos de personas sanas en los cuales interesa, de modo especial, mantener la salud al más alto nivel. Me refiero al grupo de las mujeres embarazadas y al de los deportistas. A las mujeres, durante su embarazo, para minimizar los efectos secundarios de este, para permitir que sea llevado con total normalidad y para garantizar las mejores condiciones para el feto. A los deportistas, para eliminar los efectos del sobreentrenamiento, para reducir la ansiedad, para eliminar las secuelas de lesiones pasadas, y para permitirles disponer de su máxima capacidad de respuesta.
Recordemos que la salud depende, fundamentalmente, de dos factores: uno, de la cantidad de energía que poseamos; otro, del estado de esta energía, es decir, de su nivel de equilibrio.
Ya hemos dicho que la R.E. no incrementa nuestra energía, pero sí actúa sobre su estado, lo cual es de vital importancia. De hecho, cuando nuestra energía está bien equilibrada, es capaz de superar por sí sola la inmensa mayoría de nuestros problemas de salud, sin tener que recurrir a ayudas externas como la de los medicamentos.
Este trabajo de equilibrio energético lo percibe la persona, en la práctica, como si obtuviera un suplemento extra de energía. Y en realidad así es, porque gran parte de su energía, por su estado de bloqueo, carecía de capacidad curativa alguna
Para ampliar el contenido de este tema dirigirse a los capítulos VII.3, VII.4 y VIII.3, del libro.
La respuesta a esta pregunta sorprende siempre a muchos. Porque hay que decir que, salvo los problemas incurables, la R.E. trata todos los problemas de la persona. Problemas "incurables" son aquellos que, ni pueden ser corregidos desde el propio cuerpo por carecer este de capacidad para ello, ni pueden ser corregidos tampoco por la medicina. En la práctica ocurre, muchas veces, que ambos conceptos coinciden, es decir, que lo que el propio cuerpo no puede recuperar tampoco puede hacerlo la medicina.
Pero, claro, me estoy refiriendo a cuerpos con capacidad de recuperación, como son los tratados por la R.E., no a cuerpos atascados con medicamentos o con una energía bloqueada. Estos problemas incurables pueden estar originados o en deficiencias congénitas o en enfermedades adquiridas que superan y desbordan la capacidad de recuperación del propio cuerpo.
Una infección grave, como una meningitis aguda, no puede ser superada por el cuerpo sin la ayuda de los antibióticos. Ni tampoco enfermedades degenerativas como el parkinson, la esclerosis múltiple, la mayor parte de los casos de cáncer, o tantas otras, para las cuales tampoco existe la ayuda de ninguna medicina.
Sin embargo, hay enfermedades degenerativas que se producen, con la edad, como el alzheimer porque antes se ha ido dando un deterioro lento y continuo de la energía de la persona. Cuando el nivel de desequilibrio llega a un determinado punto, comienzan a manifestarse los síntomas degenerativos. Pero esta degeneración no se produciría si la persona hubiera mantenido activa y equilibrada su energía. Esto supone que, en el futuro, las personas tendrán que aprender a cuidar de su salud en todo momento, no solo cuando se sientan enfermas, porque muchas veces esta enfermedad, cuando llega, lo hace de forma irreversible.
Sin embargo, en la mayoría de los casos tratables por la medicina, la R.E.actúa con ventaja porque incrementa la capacidad de respuesta de la persona y no presenta nunca efectos secundarios de ningún tipo.
La R.E. actúa en todos los estados de ansiedad, depresión o estrés, en los problemas nerviosos, en los dolores musculares o articulares, en todo tipo de dolores agudos o crónicos, en los problemas de espalda o en las cefaleas, en los problemas del aparato digestivo o circulatorio, en las lumbalgias o ciáticas, en los problemas cardíacos, renales o hepáticos, en muchos casos de disfunciones glandulares, en los problemas de tipo respiratorio, especialmente en el caso de los niños, allí donde la medicina ha fracasado antes con todo tipo de antibióticos, en problemas de tipo ORL, en esguinces, en torceduras, en todo tipo de lesiones deportivas, en recuperación de fracturas y de estados postoperatorios, en situaciones de debilidad general y de fatiga crónica, etc. La lista sería interminable.
Los casos más simples para la medicina son aquellos en los cuales se produce un problema concreto, local, dentro de un contexto orgánico sano. En esos casos todo evoluciona fácilmente. Pero aún así, como es el caso de las lesiones deportivas, son innumerables los casos en que la curación es solo incompleta.
Sin embargo, cada vez son más los casos de personas "sin diagnóstico". Personas que se encuentran mal, con multitud de síntomas, pero en las cuales la analítica no es capaz de proporcionar un diagnóstico concreto.
Es en estos casos en los que la R.E.manifiesta todo su valor. En efecto, la medicina falla porque es incapaz de tratar la totalidad del organismo de forma armónica, y porque hay muchos problemas que son indetectables clínicamente. Pero precisamente ese es el punto fuerte de la R.E. Primero, porque actúa sobre la totalidad del organismo, a través de la energía vital, de forma coordinada y armónica. Luego, porque puede diagnosticar de forma inmediata, a través de la energía, problemas que aún no se han traducido clínicamente, o problemas enmascarados dentro de un contexto de desajuste global.
Pero lo que se le escapa a la medicina no se le escapa a la energía, la cual actúa inmediatamente, de acuerdo a las prioridades reales del organismo, y reconstruyendo la salud de forma global y armónica.
Si a eso le añadimos el hecho de que no posee efecto negativo alguno, de que no crea adicción o dependencia, y de que potencia siempre la salud de la persona, tanto en el plano del problema concreto como en el general, nos daremos cuenta que es, en muchos casos, la mejor alternativa a una medicina que actúa– a través de la medicación– haciendo pagar un alto costo en salud a la persona. Es la alternativa característica del siglo XXI.
También hay que decir que la R.E. actúa beneficiosamente en los casos en los que la curación es imposible. En efecto, en el destino de la persona no siempre figura la curación como posible. Pero incluso en esos casos es mucha la ayuda que la R.E. puede proporcionar. Puede siempre, por ejemplo, reducir los elevados niveles de ansiedad producidos por la propia enfermedad, lo que se traduce en un mejor funcionamiento orgánico y en una mayor calidad de vida. Puede tranquilizar la mente de la persona, haciéndola aceptar su propia circunstancia. Y puede proporcionar, en los casos terminales, una muerte tranquila, sin dolores y llena de paz. He tratado a muchas personas con cáncer terminal para ayudarles en sus últimos días. Y todas ellas han tenido muertes realmente envidiables, incluso alegres.
La razón de ello está, precisamente, en la capacidad de la R.E. para acercar la persona –con su mente y sus sentimientos– a su alma, lo que produce una aceptación tranquila del destino vital de cada uno, y excluye el miedo a la muerte.
Lo importante, finalmente, no es tanto conseguir la curación, porque la vida tiene siempre un final –afortunadamente– sino el vivir y morir en paz, lo cual exige vivir en armonía consigo mismo, consecuencia de la unidad entre cuerpo, energía y alma.
Para ampliar este tema dirigirse a los capítulos V.1, VII.3 y VIII.4 del libro.
En multitud de casos se produce una clara reacción como consecuencia del primer tratamiento. Los síntomas son varios: mucho cansancio repentino, necesidad de descanso o cuerpo dolorido, de forma similar a las agujetas. Muchas veces esa primera noche, después del tratamiento, dice la persona haber dormido "como nunca".
Estos efectos son siempre inocuos y beneficiosos, denotando la acción curativa de la energía que, por primera vez en muchos años, comienza a despertar y a poder actuar con toda su fuerza.
También se pueden producir reacciones diversas en etapas más avanzadas, a lo largo de los tratamientos.
Cuando la energía acomete con fuerza la resolución de un problema crónico origina siempre, en algún momento, estados reactivos agudos caracterizados por inflamación, fiebre, supuración, o agudización del dolor.
Se trata de estados necesarios, de carácter transitorio, perfectamente controlados, y que indican un claro proceso de mejoramiento. Son estados que nunca, o casi nunca, se dan en personas hospitalizadas o sometidas a medicación, pues en estos casos el cuerpo, en vez de responder con fuerza creando procesos curativos, se acomoda pasivamente a la acción de los medicamentos.
La reacción, finalmente, depende de cada persona, de su nivel de energía, de las características de su estado de desequilibrio, del carácter más o menos crónico de este, de la forma en que la propia persona colabora a los tratamientos, de la frecuencia de estos y de la duración de la terapia.
Desgraciadamente muchas veces la persona no se concede el tiempo que su cuerpo necesita para reaccionar en profundidad y devolverle la curación. Sienten miedo ante el primer síntoma de reacción, por ligero que sea, abandonando la terapia, o lo hacen en cuanto desaparecen los dolores que inicialmente la aquejaban. No se dan cuenta de que su propia energía no tiene fuerzas para proceder a esa curación repentina que desearían, aparte de que su propio cuerpo no lo resistiría. Son personas que, además de sus desequilibrios energéticos, poseen una mente desequilibrada que no les permite entender las cosas rectamente. Sienten muchas prisas por curarse, dicen, pero ni colaboran a ello ni tienen la constancia para perseverar lo suficiente. Su ansiedad se traduce en prisas, impaciencia e incapacidad para permitir que el cuerpo evolucione a su ritmo.
Y es que la salud hay que ganársela uno mismo, no pudiendo ser simplemente comprada o regalada. La salud es nuestra salud, la que nosotros tenemos que conquistar y mantener con esfuerzo, ilusión y alegría, no la que nos da el médico, la Seguridad Social o el terapeuta
La capacidad de mejora a través de la R.E. no tiene fin. Porque unos son los problemas aparentes que la persona puede reconocer a través de sus molestias, y otros los problemas, o causas primeras, que van saliendo a la luz, con el tiempo, a través de la terapia.
Tengo bastantes personas que siguen acudiendo periódicamente, incluso semanalmente, después de más de 15 años. Y es porque saben que, gracias a esa ayuda, su vida está continuamente mejorando y su salud recibiendo el estímulo que más necesita para mantenerse al máximo nivel de equilibrio.
Los cambios en la persona, a través de la acción continuada de la R.E., no cesan nunca. Al principio la persona acude siempre preocupada por su cuerpo físico. Pero más adelante, cuando estos problemas se han solucionado en su mayoría, se da cuenta de que va cambiando de forma positiva en su interior, y es entonces ese cambio interior lo que más le interesa. Se aprende a vivir diferente, a tener una mejor relación consigo mismo y con el entorno, y a tener una calidad de vida muy superior.
Se gana en sensibilidad corporal y espiritual y, como consecuencia de esto, se cambian los gustos en casi todo, comenzando por la propia forma de comer o de pensar. Pero, como en casi todo, depende de cada uno. El que quiere llegar lejos encuentra en la R.E. la ayuda para llegar todo lo lejos que quiera, no sólo en el ámbito de la salud sino en el de la propia evolución. Pero el que no está interesado en progresar, el que se conforma con poco, porque también da poco, ese recoge frutos mucho más escasos.
Queda por último referirse a la compatibilidad de la R.E. con la medicación. Casi todas las personas que acuden lo hacen después de llevar tiempo sometidas a intensa medicación. Por lo tanto hay que comenzar practicando en tanto la persona se medica. Pero enseguida, en cuanto el cuerpo comienza a despertar y a coger fuerzas, la medicación puede irse reduciendo, hasta que llega un momento en que se hace innecesaria y solo perjudica.
En efecto, el perjuicio de la medicación es triple. En primer lugar está el efecto yatrogénico sobre el organismo, el que se denomina "efecto secundario" del medicamento, que puede ser muy intenso. Pero es que, además de este, hay otros dos efectos negativos de gran importancia.
Por una parte está el que se produce sobre la energía al reducirla a un estado de pasividad, y que se va concretando en su creciente incapacidad para reaccionar ante los desequilibrios, lo que es causa de una mayor dependencia del medicamento, en un claro proceso de retroalimentación.
Por otra, está el efecto de dependencia psicológica que ocasiona sobre la mente del individuo, induciéndole a pensar que no puede vivir sin la ayuda del medicamento y restándole confianza sobre la capacidad de sus propias fuerzas. En ese momento nos encontramos con un organismo debilitado por el medicamento, con una energía acostumbrada a la pasividad, y con un individuo sin confianza en sí mismo.
Recuperar esa situación –si la persona quiere colaborar– como hace la R.E., no deja de ser una cierta forma de milagro en este mundo de hospitales y farmacias en el que el individuo está enseñado a que le den todo hecho y de forma gratuita.
La R.E. es, por tanto, perfectamente compatible con los medicamentos a corto plazo, en tanto estos son aún necesarios. Pero sería contradictorio a largo plazo querer simultanear las dos cosas porque sus efectos van en direcciones contrarias: el medicamento actúa por sí mismo anulando la respuesta de la energía vital; la R.E, activa la energía vital en un intento por hacer que el individuo aprenda a vivir sin muletas, por sí mismo, con sus propias fuerzas.
Son dos caminos divergentes, aunque los dos se dirijan al bien del individuo. En un determinado momento hay que elegir entre uno u otro, entre la propia energía o el medicamento, entre la actividad o la pasividad, entre la responsabilidad o el abandono.
Para ampliar este tema dirigirse a los capítulos V.2, V.3, VII.5, VII.6 y IX.4 del libro.
La R.E., en cuanto terapia, inicia a la persona en los primeros pasos de un camino que se dirige a la salud, entendida esta en su más amplio concepto.
La R.E., si se ejerce correctamente, debe siempre ir acompañada de la correspondiente enseñanza. Enseñanza sobre los problemas a superar, sobre sus causas, sobre la forma de actuar sobre ellos, y sobre la forma de vivir en general. Porque el objetivo es el de hacer a la persona autosuficiente, devolviéndole sus fuerzas perdidas, las que necesita para vivir por sí mismo.
Hay que enseñar a la persona a sentir su cuerpo, a relacionarse con él, a sentir su respiración y a respirar correctamente, a trabajar con el estiramiento espontáneo, a alimentarse correctamente, a reducir cada día la ansiedad acumulada, a vivir con ritmo, tranquilamente, recuperando cada día la respiración profunda, y vaciando la cabeza, para que la energía pueda bajar a su centro natural del vientre –el hara de los japoneses–
Solo cuando la energía está bien asentada en el vientre, su centro, puede decirse que la persona está centrada. Y este centramiento es el cimiento sobre el que se construye la salud corporal y la evolución espiritual
Porque todo está unido: cuerpo, respiración, mente, energía, alma. Pero no se puede llegar al alma, lo más sutil e interior, si, previamente, no se ha pasado por el conocimiento y cuidado del cuerpo, primero, y de la energía después. Todo son pasos hacia una meta, pero pasos con orden. Quiero decir que lo primero es previo a lo segundo, y esto previo a lo tercero, y así sucesivamente.
Querer relacionarse con el alma cuando no sabe uno ni relacionarse con el propio cuerpo es una gran ignorancia. Hay que ir del cuerpo, que es lo más fácilmente perceptible, a la energía vital, y de esta a esa otra energía más sutil que es el alma. Desde lo superficial a lo profundo, desde lo inferior a lo superior, desde el apoyo de la tierra a las soledades del cielo, donde solo hay ingravidez.
En este sentido, al trabajar en la R.E. estamos trabajando sobre el campo de la energía vital de la persona y, en consecuencia, en los otros dos campos en los cuales se ejerce la acción de esta energía: el campo del cuerpo físico, por un lado, y el campo del alma, por el otro.
La acción de la R.E. sobre el cuerpo es evidente y notoria. Cualquiera puede experimentarla. La otra, la acción sobre el alma, solo los que perseveran más tiempo en ella, colaborando en la medida de sus fuerzas, la perciben con claridad. Pero en todos se produce esa acción sobre el alma, aunque ya hemos explicado que los efectos a conseguir dependen en gran modo de la actitud de cada uno.
En particular, esta relación de la energía con el alma, impulsora de la evolución espiritual de la persona, depende del nivel de centramiento, pues solo con una energía bien centrada puede relacionarse fácilmente la persona con su alma. Igual ocurre con el árbol. Son sus raíces las que determinan su capacidad de crecimiento. Por eso, el objetivo final de todo tratamiento de R.E. es el centramiento de la energía. En otras palabras, el objetivo de la R.E. es el de producir un hombre centrado, dotado de un centro fuerte y, por tanto, capaz de evolucionar interiormente de forma plena.
Antes del tratamiento la persona viene descentrada y con la energía acumulada en la parte superior de su cuerpo, sin excepción, es decir, en los hombros, nuca y cabeza. Al final del tratamiento la energía debe, necesariamente, si se ha hecho el trabajo correctamente, situarse con claridad sobre el centro del vientre. En ese momento puede decirse con verdad que esa persona es diferente a la que era antes. Ha habido un cambio y un cambio en profundidad. No es posible explicar aquí en detalle el efecto y la importancia del centramiento. Me remito a los capítulos del libro que tratan sobre ello.
Pero esta es la característica del trabajo de R.E., la de producir centramiento. No se trata de trabajar sobre la energía, siendo muchos los que lo hacen, sino de equilibrar esa energía y terminar devolviendo a la persona su centro perdido, ese centro que quizás no había tenido en muchos años.
Trabajar sobre la energía es fácil, aunque hacerlo de forma defectuosa puede ser desequilibrante y peligroso. Hacerlo correctamente se sumamente difícil, sobre todo si no se limita uno a conseguir efectos locales sino que se trabaja sobre el centramiento de la totalidad.
A partir de ahí todo es ir dando pasos, uno detrás de otro, en el camino de recuperar la salud corporal e interior. Crear centramiento es poner los cimientos para ir andando ese camino desde uno mismo. A través del centramiento se produce una mejor relación con uno mismo –como consecuencia del acercamiento al alma– y una intensa relación con la tierra, base de nuestro crecimiento, lo que se traduce en energía en los pies y en equilibrio físico, emocional y mental.
La salud es un instrumento para vivir, no un fin de la vida. La evolución de la persona, mucho más importante, sí es un fin claro de la vida. Sin embargo, salud y evolución guardan entre sí una estrecha relación, porque un cuerpo que vive con una energía en permanente desequilibrio difícilmente va a poder evolucionar. Finalmente, la evolución no es más que el resultado de la salud , la cual engloba a la totalidad de la persona.
Para ampliar este tema consultar los capítulos III.2, III.3, III.4 y III.5 del libro.